La posición de la Iglesia respecto de la homosexualidad. Parte II
La posición oficial del Vaticano respecto de la homosexualidad, parece volver a cuestionarse a nivel global a partir de las declaraciones del Sumo Pontífice, Francisco I, al ser abordado recientemente sobre el asunto.
Durante el Cristianismo primitivo, la Biblia no era la misma que en la actualidad, ni era la única lectura -ni siquiera la más importante- entre los primeros cristianos. Transcurrido ese primer período de nacimiento, el cristianismo debió sentar sus bases, pero éstas no siempre fueron fieles a los escritos y principios cristianos más antiguos. Fue a partir del siglo VIII que se llegó a cierto acuerdo general en cuanto a los contenidos del Nuevo Testamento, y en el concilio de Trento de 1546 que se fijó oficialmente el canon de la Biblia. Desde ese momento y durante los siglos posteriores, la Iglesia definió a la sexualidad humana como una creación divina destinada a la procreación de la especie. La homosexualidad, entonces, se erigió como una conducta sexual que no tiende a la procreación, contraria a la voluntad divina y señalada -incluso perseguida- durante siglos como pecado, corriendo la misma suerte que las herejías. Aun hoy es entendida como «antinatural«. Argumento, éste, que encierra el prejuicio de que todo lo «natural» es bueno en sí mismo y lo que va contra natura es intrínsecamente malo, pecaminoso, vicioso o enfermo.
Desde el pontificado de Juan Pablo II en adelante, la Iglesia entiende que la homosexualidad es una «inclinación desordenada«, una condición enferma que debe llamarse a la castidad para, mediante el «dominio de sí mismo, educarse hacia la libertad interior (…) y acercarse gradualmente a la perfección cristiana«. Si bien ya no se la señala como un pecado en sí mismo en la medida en que no se ejerza su práctica, aun no recibe aprobación de la Iglesia en ningún caso. En este sentido, la postura oficial de la Iglesia, no es coherente con la aceptación de la homosexualidad durante los primeros tres siglos de cristianismo.